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                                               25 de mayo de 2020

Día 5

            “Quand il me prend dans ses bras, il me parle tout bas, je vois la vie en rose…”, con la romántica compañía de Édith Piaf continué mi viaje hacia el norte. La “ciudad de la luz” me estaba esperando y, lo mejor de todo, es que iba a poder quedarme un par de días.

         Mi primera parada estaba clara, L’Institut de l’Alma, el colegio donde habitan las Esclavas de Paris. Días antes, la hermana Susanne me había ofrecido hospedarme junto a ellas y así poder disfrutar de su compañía y de sus experiencias durante mi estancia en la ciudad. ¡Qué ganas tenía de conocerlas!

          El colegio está ubicado en un lugar de ensueño; a su alrededor, le Champ de Mars, la Tour Eiffel, Les Invalides y el río Sena, protegen L’Institut como si fuera la reina en una partida de ajedrez. Las hermanas me recibieron con los brazos abiertos; a pesar de que no nos habíamos visto nunca, algo en ellas me hizo sentir que estaba en casa. Tras descansar un ratín y reponer fuerzas, comencé mi tour por la ciudad.

          El circuito a seguir estaba claro: le Champ de Mars con la Tour Eiffel presidiendo la escena; les Invalides, el lugar de descanso eterno de Napoleón y de su caballo Visir; la Iglesia de Saint-Sulpice; le Jardin de Luxembourg; y, el Panthéon, monumento donde cada noche personajes célebres como Marie Curie, Voltaire, Émile Zola o Rousseau salen de sus aposentos y defienden sus ideales como si el tiempo se hubiera detenido hace una eternidad. En este punto necesitaba dos cosas:  un pequeño descanso y... ¡un croissant en la Brioche Dorée!

 

           En el momento de reanudar la marcha, una enorme tristeza se apoderó de mí. Ante mis ojos tenía “Notre Dame”, uno de los símbolos no sólo de la ciudad sino también del país. Me miró con melancolía, parecía que sentía dolor, entonces me acerqué a ella y la susurré: “pronto te pondrás bien”. A continuación, me dirigí a la Sainte Chapelle; al moderno Centro Pompidou; y, por fin, llegué a la que sería la última parada del día: el Louvre.

          Atravesé la pirámide de cristal y sentí que me convertía en el poderoso Keops llegando a su morada eterna. Era el momento de perderme…. Primero me centré en el mundo de la Historia: salas dedicadas a Egipto, Grecia, Roma… ¡Que emoción poder disfrutar in situ de objetos estudiados en clase de Historia como, por ejemplo, el Código de Hammurabi o la Venus de Milo! En un abrir y cerrar de ojos ya estaba rodeado de cuadros: La Gioconda, de Leonardo da Vinci; La libertad guiando al pueblo, de Delacroix; o, La coronación de Napoleón, de Jacques-Louis David, fueron algunos de los lienzos que conquistaron mi corazón. Había quedado para cenar con las hermanas. Mañana continuaría con mis visitas por la ciudad.

 

           Después de la cena tuvimos un rato de reflexión. Me explicaron que Santa Rafaela nunca había llegado a París pero que siempre había sido una gran defensora del aprendizaje del francés. En una carta que escribió la Santa a una hermana, destacó que “el francés en conciencia… es tan necesario como el comer”. ¡Qué suerte tengo de aprender francés en el cole!

           Ahora necesito descansar, mañana seguiré con mi tour por la ciudad y compartiendo buenos momentos con las hermanas. À demain!

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