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                                               28 de mayo de 2020

Día 7

           Hoy era un día difícil, tenía el corazón dividido. Una parte de mí quería quedarse en París, el lugar donde tan a gusto había estado durante dos días; mi otra parte, ansiaba continuar con el viaje, vivir nuevas experiencias y conocer gente nueva. Me costó mucho despedirme de las hermanas de París pero, las prometí que volvería más pronto que tarde. Sin mirar atrás, emprendí mi marcha, ¿próximo destino? Italia.

 

            Poco a poco, mi viaje iba llegando a su fin. ¡Cuántos kilómetros a mis espaldas!, ¡cuántos paisajes inmortalizados con la cámara de mis ojos!, ¡cuánta gente me había acompañado como si mis pasos fueran los suyos! Estaba feliz, feliz porque cada centímetro que avanzaba estaba más cerca de ELLA, y eso, me emocionaba.

 

            Atravesé grandes montañas, extensos pastos, densos bosques y pintorescos viñedos teñidos de los colores de la primavera y, por fin, llegué a Turín. Como si fuera una hoja movida por el viento, recorrí los lugares más emblemáticos de la ciudad: la Piazza Castello, los Palazzi Madama y Reale, la Piazza San Carlo con sus dos iglesias gemelas y, cómo no, la Catedral de San Juan Bautista, especialmente famosa por albergar la supuesta Sábana Santa que envolvió el cuerpo de Cristo.

 

            No puedo negar que soy un apasionado de la moda, por ello, mi parada en Milán fue uno de mis sueños hechos realidad. Es una ciudad de contrastes y un ejemplo de convivencia: lo cosmopolita combina con el clasicismo y lo vanguardista cohabita con lo tradicional. Visité el Duomo, un tributo a la arquitectura gótica; la Piazza Mercanti, que da cobijo a una serie de palacios como el Palazzo de la Ragione, el Palazzio delle Scuole Palatine o el Palazzio de Giureconsulti; el Teatro alla Scalla; o, el Castillo de Sforzesco, residencia de la famosa familia Sforza y lugar de encuentro con personajes célebres como Leonardo da Vinci. No podía irme de la ciudad sin pisar la Galleria Vittorio Emanuele II, que acoge las tiendas más famosas de Milán.

 

             Si París es considerada “la ciudad del amor”, Verona lo es del romanticismo. Había llegado al lugar que fue testigo del amor incondicional entre Romeo y Julieta. ¿Podría encontrar en esta ciudad a alguien con quien pintar los momentos más bonitos que me quedan por vivir?

                       “ Los enamorados pueden andar sin caerse por los hilos de araña que flotan en el aire travieso del verano; así de leve es la ilusión”

Siguiendo la fragancia de ese amor me adentré en el patrimonio histórico de Verona: el Arena, uno de los anfiteatros romanos más importantes y el segundo más grande después del Coliseo de Roma; la Piazza delle Erbe, el antiguo foro romano que a día de hoy acoge un colorido mercado; la Torre dei Lamberti, un maravilloso mirador construido entre los siglos XII y XV; y, finalmente, la Casa de Julieta, un palacio del siglo XIII perteneciente a los Capuleto. Me encontraba leyendo la multitud de mensajes de amor escritos en la entrada de la casa, cuando alguien se dirigió a mí en español. Se llamaba Mihise, y era de Bilbao. Me comentó que ella también estaba realizando una ruta y que su parada final era Venecia. ¡Qué casualidad, ese era mi siguiente destino!

             El trayecto hasta Venecia se me pasó volando, qué rápido pasa el tiempo cuando estás en buena compañía. Mihise es una enamorada del arte como yo, por eso, no tuvimos ningún problema en visitar la ciudad juntos; además, como ella ya había estado aquí más veces, fue una guía excepcional. Partimos de la plaza de San Marcos, lugar donde se encuentra la Basílica de San Marcos, el Palacio Ducal y la Torre Campanile; de ahí, atravesamos el puente de Rialto, desde donde pudimos observar a multitud de gondoleros silbando la melodía “O sole mio” al tiempo que remaban de manera sincronizada como si estuvieran mostrando a su público la mejor de sus coreografías; en el puente de los Suspiros, Mihise me contó que por allí pasaban los condenados a muerte camino de la Plaza de San Marcos, donde después serían ejecutados; visitamos la Galeria de la Academia, donde pudimos perdernos por las salas rodeados de las obras de Tiziano, Veronés o Bellini. Tras un paseo por los barrios de Castello, Dorsoduro y San Polo, decidimos subirnos a una góndola y disfrutar del que sería nuestro último día juntos. ¡Nos vemos a la vuelta Mihise!

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