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                                               26 de mayo de 2020

Día 6

             Me desperté pronto, una bocanada de aire fresco entró por la ventana y fue a parar directa a mi rostro. La tranquilidad de saber que iba a poder disfrutar de un día más en París, se apoderó de mi cuerpo y la mejor de mis sonrisas se dibujó en mi cara.

 

             Antes de salir a callejear quise conocer el colegio más de cerca. Algunos alumnos ya habían retornado a las aulas y pude pasar con ellos un buen momento conversando tanto en francés como en español. Me contaron que en su colegio se potencia el aprendizaje de las lenguas, en particular el inglés, el alemán y el español; la cultura, ofreciendo actividades como el teatro o la pintura; el ámbito de las ciencias; y, el deporte, poniendo en valor la importancia de fomentar el espíritu de equipo. Al igual que en nuestro cole de Santander, el acompañamiento del alumnado ocupa un lugar primordial en los ideales del centro. Me pareció muy interesante intercambiar con ellos nuestras experiencias, ¡ojalá puedan venir algún día a Santander!

 

           Crucé el puente del Alma, y dando un agradable paseo por la orilla del Sena, con los bateau mouche surcando sus aguas, llegué a la Place du Carroussel. En el centro de la plaza encontramos el Arco de triunfo del Carrusel, un monumento que se encuentra perfectamente alineado con otros dos símbolos de la ciudad: el Obelisco de Luxor, situado en la Place de la Concorde y vecino del Jardin des Tuileries; y, el Arco del Triunfo, construido por orden de Napoleón para conmemorar la victoria en la batalla de Austerlitz y línea de meta de la famosa avenida des Champs-Élysées. Una vez allí, cogí el metro y me dirigí a uno de los lugares más mágicos de la ciudad.

                             

 

          Justo a la hora de comer llegué a la Place du Tertre, en Montmartre. La escena era de película: me encontraba sentado en la terraza de Le Sabot Rouge, rodeado de artistas que habían invocado a sus musas e impregnados de inspiración hacían bailar sus pinceles sobre un lienzo en blanco, y con el Vals de Amélie de fondo que un experimentado músico tocaba con su acordeón.  A lo lejos, la Basílica del Sacré Coeur me hacía señas para captar mi atención.

                                            “Les nuits de Montmartre, Explosent de bruits, Des rires déchirent, Le ciel de Paris…”

 

           Antes de volver a l’Institut quise disfrutar del atardecer desde uno de los lugares más altos de la ciudad: la Tour Montparnasse. Me despedí de cada rincón con la certeza de que no tardaría mucho tiempo en volver. Las hermanas Esclavas de París me habían recibido con los brazos abiertos y habían puesto en práctica una de las mejores premisas de Santa Rafaela: “Mi vida debe ser un continuo acto de amor”.  Y así es como me he sentido estos dos días… AMADO.

 

            Mil gracias, volveré…

Le valse d'Amélie
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