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                                               20 de mayo de 2020

Día 3 

          Nunca antes había estado en Barcelona, pero me invadían las ganas de conocer la ciudad que vio nacer a Joan Miró, a Ana María Matute, a Serrat o a los hermanos Gasol. Llegué a la capital catalana a mitad de mañana, un buen momento para hacer un pequeño descanso y recuperar fuerzas tomándome un dulce típico llamado pa de pessic. Mientras tomaba mi riquísimo almuerzo, revisé mi lista interminable de lugares de interés para visitar. ¡Hay que ver la riqueza patrimonial que tiene este lugar!

          La ciudad es muy grande y, lamentablemente, tenía poco tiempo para perderme por sus largas avenidas; por ello, decidí llamar a un buen amigo para que me hiciera de guía. Quedé con Arnau en el paseo de Colón, justo debajo de la gran estatua construida en honor al navegante genovés. Juntos recorrimos las Ramblas; el barrio Gótico, donde la Catedral nos recibió con los brazos abiertos; y, el paseo de Gracia, que alberga la casa Batlló y la casa Milá, dos joyas modernistas del arquitecto Antonio Gaudí.

        Me llamó la atención la disposición de las calles, todas ordenadas formando un perfecto damero. Mucho dista esta estructura de la vista en ciudades como Vitoria o Zaragoza. Cogimos una avenida larguísima llamada Diagonal, que poco originales, lleva ese nombre porque corta diagonalmente el Ensanche en dos. Paso a paso llegamos hasta la Basílica de la Sagrada Familia. Su construcción comenzó hace mucho, en 1882, pero lo más alucinante es que, a día de hoy, ¡todavía no está acabada!

         Arnau propuso llevarme a dos lugares donde disfrutar de unas vistas extraordinarias de la ciudad; el parque Güell, un conjunto de jardines y elementos arquitectónicos diseñados por Gaudí; y, el castillo de Montjuic, una antigua fortaleza militar situada en lo alto de una montaña. Con un maravilloso paisaje de fondo, me despedí de mi gran amigo con la promesa de volver a vernos pronto.

         En la montaña de Montjuic tuve un momento de reflexión en el que me sentí muy próximo a Santa Rafaela. A los pies de este lugar, llegaron en 1908 las hermanas Esclavas para asentar los cimientos de una congregación que poco a poco iba creciendo con nuevas fundaciones. Eché un último vistazo al horizonte y reanudé mi marcha, debía llegar a Gerona antes del anochecer. Sin duda, esta tercera parada ha sido una de las más especiales.

 

        Ahora, me voy a dormir con los nervios de saber que mañana cruzaré la frontera y viviré nuevas aventuras en el país vecino. Au revoir Espagne, À bientôt!

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